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martes, 7 de junio de 2011

Día de civismo y naturaleza




Esta mañana he descubierto que me encanta tomar café paseando. Siempre he disfrutado viendo en las series o en las películas como las Ally Mc Beals andan por las aceras de Boston con su vaso de café con tapadera en la mano.
Encontré una cafetería muy coqueta junto a la estación de trenes de Basilea, allí ponen un café muy parecido al nuestro. Bien cargado y con buen aroma. Lo puedes pedir “Zum Mitnehmen” es decir: para llevar.
Al igual que la gente se agrupa a hora punta en parques y paseos con la comida al descubierto, he notado que uno de cada tres que anda por la zona de la estación tiene, dependiendo de la hora, un vaso de café en la mano.
En los transportes públicos la inmensa mayoría de la gente que viaja sola tiene un libro abierto. Siempre intento curiosear la portada. Recuerdo que hace unos años,  en el metro de París, observé cómo la mayoría de los pasajeros leían novelas de Danielle Steel. Nunca he leído nada de ella, pero me llamó la atención aquella coincidencia. ¿Existen lecturas para “el camino”?. Yo pienso que si, cuando viajo en avión, para superar mi claustrofobia, selecciono lectura ligera, de acción, sin otra pretensión literaria que la de distraer de la realidad.
Cojo el autobús hacia Mutenz, un pueblecito pintoresco a las afueras de la ciudad. Llevo mi libro, como siempre, esta vez un clásico: Frankenstein o el Moderno Prometeo. Se desarrolla en su mayor parte en Suiza y hay que leer lo bien que describe Mary Shelley el clima y el paisaje. Siempre me interesó ese grupo de personajes que se reunieron un verano, cerca del lago de Ginebra, en una villa de Lord Byron, lugar en que decidieron escribir cada uno una historia sobrenatural.
Mientras releo la angustia existencial del cobarde Doctor y sobre todo intentando no justificar la mala leche de su criatura, el autobús se detiene en mi parada.
Mutenz no es muy grande pero tiene lugares preciosos donde sentarse a leer o a respirar aire puro, algo fácil de hacer en este país. Me siento y veo frente a mí unas gafas de sol que alguien ha colgado en las ramas de un arbolito. Parecen unas Ray Ban de señora. Supongo que la olvidaron en el banco y alguien las colgó para que no se estropearan mientras el dueño volvía por ellas. Como intento creer que la buena educación es más contagiosa que la mala, ni se me ocurre siquiera tocarlas. Esta anécdota no sería más que eso a no ser porque, esta misma tarde, mientras tomaba aliento como un asmático en crisis, en mitad de uno de mis propósitos por perder peso y hacer jogging todos los días, con las manos apoyadas en las rodillas y el trasero “en pompa” percibí un cartelito en un banco público donde pude leer algo parecido a que se había encontrado una cartera en ese mismo banco, la describían y daban el número de teléfono de quien la tenía. No solo me llamó la atención el gesto, también el hecho de que dicho cartel estaba metido en una funda de plástico para que no se estropeara.
Volviendo a casa aún sorprendido gratamente por el civismo necesité ralentizar mi ya lenta carrera para disfrutar del espectáculo de ver como dos crías de ardilla nerviosas y despelucadas cruzaban la carretera delante de mis narices, pasando así de un jardín a otro.
Aunque no puedo evitar pensar en una tarde del mes pasado, ya que tuve una experiencia un tanto especial sobre la importancia que tiene en este país la Naturaleza y como diariamente la celebran.
Hay en  Bruderholz un árbol grande y fuerte clavado en el suelo. Tiene las raíces gordas y enroscadas con tanta fuerza que levantan la tierra que lo rodea. Harían falta cinco o seis personas agarradas de las manos para rodearlo entero. Me gusta mirarlo porque es rotundo, serio, imponente, tendrá muchísimos años pero no es para nada viejo. En ello estaba embobado como un crío ante su solemnidad cuando escucho unos pasos pesados a mi lado. Disimulo volviendo a mi libro. Alguien se sienta en mi banco. Dice algo. Me vuelvo. Es un hombre de unos cincuenta años. Grande, los ojos aguamarina brillantes, el cabello gris y fuerte, como su expresión, como sus manos, como las rodillas anudadas que estallan sus pantalones cortos. Un hombre fuerte, como mi árbol. Me dice algo señalando el árbol y yo le contesto que no sé hablar aún muy bien el suizo, pero que el alemán lo domino más o menos. Se ríe asomando los dientes bajo su barba bien recortada, aún tiene que ser un peligroso Don Juan.
Con su voz fuerte  pero bien modulada me dice: “¿Sabía usted que cuando las plantas, los árboles… sienten el frío del invierno, el liquido de su tronco desciende hasta la tierra y por eso se caen las hojas?”.
La verdad es que no lo había pensado.
“Ese es el momento en el que hay que podarlos”. Dice esta frase soltando un gesto perentorio con los dedazos imitando una tijera. “Cuando notan que ya llega el calor, el líquido sube por el tronco hasta las ramas, es entonces cuando salen las hojas, por eso hay periodos en el que se puede podar o no”.
Su explicación era bastante coherente.
“Algunas, como los rosales, son otra historia, pero no quiero aburrirle”.
Le dije que en absoluto me aburría, todo lo contrario.
Se incorporó sobre sus fuertes piernas y me extendió su macizo brazo largo. Tras presentarse dijo con su constante amplia sonrisa:
“Le acabo de comentar lo mismo que me decía mi abuelo cuando me sentaba en este mismo banco a contemplar el árbol, siempre ha sido mi árbol, ahora sé que tendré que compartirlo con usted…”
Me reí ante la broma.
Me pregunté si tendría hijos y si les había contado la misma historia.
“No hay que molestar a la naturaleza, la naturaleza hay que disfrutarla”.
Diciendo aquello se despidió con un guiño y un gesto. Su amplia envergadura de gladiador romano desapareció en la primera curva del parque y yo me quedé un poco con la sensación de haber soñado.
Aún no he vuelto a coincidir con él aunque sé, pese a correr el riesgo de que me tomen por loco, que el árbol sabe perfectamente cuando estamos cada uno de nosotros acompañándolo.



J.A. Pellisso. Basilea, Junio2011

1 comentario:

  1. “No hay que molestar a la naturaleza, la naturaleza hay que disfrutarla”.
    Me quedo con esta frase...

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