Seguidores

jueves, 6 de octubre de 2011

Mi libreria

 Por fin ya he conseguido tener todos mis libros en orden, de aqui a un tiempo tendremos que ampliarla pero de momento todo está en su sitio.
 En este rinconcito he puesto detalles mios relacionados con al lectura, aunque no lo entendais las muñecas tambien tienen algo que ver jajaja. ya os enseñaré mi coleccion de marca paginas.

Este es el rincon de Naty, ya tiene su espacio en la libreria familiar y está encantada, es para verla como intenta tener ordenados sus libros. Deducis cual es el que mas le gusta? jajajja.


La Biblioteca de Macu

miércoles, 28 de septiembre de 2011

Ya de vuelta

Ya estamos todos de vuelta de las vacaciones, asi que no hay excusa, manos la  obra, ya sabeis, podeis poner relatos, articulos o simplemente frases que os llamen la atencion, el fin es leer y fomentar la lectura.
Cuento con todos vosotros y espero que tengamos muchas visitas, ya os dire cuando se hará el sorteo, pero quisiera que fuesemos unos cuantos mas.
Un saludo




La Biblioteca de Macu

lunes, 13 de junio de 2011

Libros y mas libros

Estoy un poco decepcionada...no veo que se incorpore nadie nuevo y mucho menos que se impliquen en el fin de la pagina...pero supongo que tiempo al tiempo...Mañana llevo a Naty al teatro, es la clausura del curso de biblioteca de "Léeme un cuento", ella ha estado encantada de ir cada 15 dias a la biblio y mañana irá por primera vez al teatro, creo que las dos vamos a disfrutar, si hago fotos ya os las enseñaré si se puede. un besazo...Feliz lectura!!!!

martes, 7 de junio de 2011

Día de civismo y naturaleza




Esta mañana he descubierto que me encanta tomar café paseando. Siempre he disfrutado viendo en las series o en las películas como las Ally Mc Beals andan por las aceras de Boston con su vaso de café con tapadera en la mano.
Encontré una cafetería muy coqueta junto a la estación de trenes de Basilea, allí ponen un café muy parecido al nuestro. Bien cargado y con buen aroma. Lo puedes pedir “Zum Mitnehmen” es decir: para llevar.
Al igual que la gente se agrupa a hora punta en parques y paseos con la comida al descubierto, he notado que uno de cada tres que anda por la zona de la estación tiene, dependiendo de la hora, un vaso de café en la mano.
En los transportes públicos la inmensa mayoría de la gente que viaja sola tiene un libro abierto. Siempre intento curiosear la portada. Recuerdo que hace unos años,  en el metro de París, observé cómo la mayoría de los pasajeros leían novelas de Danielle Steel. Nunca he leído nada de ella, pero me llamó la atención aquella coincidencia. ¿Existen lecturas para “el camino”?. Yo pienso que si, cuando viajo en avión, para superar mi claustrofobia, selecciono lectura ligera, de acción, sin otra pretensión literaria que la de distraer de la realidad.
Cojo el autobús hacia Mutenz, un pueblecito pintoresco a las afueras de la ciudad. Llevo mi libro, como siempre, esta vez un clásico: Frankenstein o el Moderno Prometeo. Se desarrolla en su mayor parte en Suiza y hay que leer lo bien que describe Mary Shelley el clima y el paisaje. Siempre me interesó ese grupo de personajes que se reunieron un verano, cerca del lago de Ginebra, en una villa de Lord Byron, lugar en que decidieron escribir cada uno una historia sobrenatural.
Mientras releo la angustia existencial del cobarde Doctor y sobre todo intentando no justificar la mala leche de su criatura, el autobús se detiene en mi parada.
Mutenz no es muy grande pero tiene lugares preciosos donde sentarse a leer o a respirar aire puro, algo fácil de hacer en este país. Me siento y veo frente a mí unas gafas de sol que alguien ha colgado en las ramas de un arbolito. Parecen unas Ray Ban de señora. Supongo que la olvidaron en el banco y alguien las colgó para que no se estropearan mientras el dueño volvía por ellas. Como intento creer que la buena educación es más contagiosa que la mala, ni se me ocurre siquiera tocarlas. Esta anécdota no sería más que eso a no ser porque, esta misma tarde, mientras tomaba aliento como un asmático en crisis, en mitad de uno de mis propósitos por perder peso y hacer jogging todos los días, con las manos apoyadas en las rodillas y el trasero “en pompa” percibí un cartelito en un banco público donde pude leer algo parecido a que se había encontrado una cartera en ese mismo banco, la describían y daban el número de teléfono de quien la tenía. No solo me llamó la atención el gesto, también el hecho de que dicho cartel estaba metido en una funda de plástico para que no se estropeara.
Volviendo a casa aún sorprendido gratamente por el civismo necesité ralentizar mi ya lenta carrera para disfrutar del espectáculo de ver como dos crías de ardilla nerviosas y despelucadas cruzaban la carretera delante de mis narices, pasando así de un jardín a otro.
Aunque no puedo evitar pensar en una tarde del mes pasado, ya que tuve una experiencia un tanto especial sobre la importancia que tiene en este país la Naturaleza y como diariamente la celebran.
Hay en  Bruderholz un árbol grande y fuerte clavado en el suelo. Tiene las raíces gordas y enroscadas con tanta fuerza que levantan la tierra que lo rodea. Harían falta cinco o seis personas agarradas de las manos para rodearlo entero. Me gusta mirarlo porque es rotundo, serio, imponente, tendrá muchísimos años pero no es para nada viejo. En ello estaba embobado como un crío ante su solemnidad cuando escucho unos pasos pesados a mi lado. Disimulo volviendo a mi libro. Alguien se sienta en mi banco. Dice algo. Me vuelvo. Es un hombre de unos cincuenta años. Grande, los ojos aguamarina brillantes, el cabello gris y fuerte, como su expresión, como sus manos, como las rodillas anudadas que estallan sus pantalones cortos. Un hombre fuerte, como mi árbol. Me dice algo señalando el árbol y yo le contesto que no sé hablar aún muy bien el suizo, pero que el alemán lo domino más o menos. Se ríe asomando los dientes bajo su barba bien recortada, aún tiene que ser un peligroso Don Juan.
Con su voz fuerte  pero bien modulada me dice: “¿Sabía usted que cuando las plantas, los árboles… sienten el frío del invierno, el liquido de su tronco desciende hasta la tierra y por eso se caen las hojas?”.
La verdad es que no lo había pensado.
“Ese es el momento en el que hay que podarlos”. Dice esta frase soltando un gesto perentorio con los dedazos imitando una tijera. “Cuando notan que ya llega el calor, el líquido sube por el tronco hasta las ramas, es entonces cuando salen las hojas, por eso hay periodos en el que se puede podar o no”.
Su explicación era bastante coherente.
“Algunas, como los rosales, son otra historia, pero no quiero aburrirle”.
Le dije que en absoluto me aburría, todo lo contrario.
Se incorporó sobre sus fuertes piernas y me extendió su macizo brazo largo. Tras presentarse dijo con su constante amplia sonrisa:
“Le acabo de comentar lo mismo que me decía mi abuelo cuando me sentaba en este mismo banco a contemplar el árbol, siempre ha sido mi árbol, ahora sé que tendré que compartirlo con usted…”
Me reí ante la broma.
Me pregunté si tendría hijos y si les había contado la misma historia.
“No hay que molestar a la naturaleza, la naturaleza hay que disfrutarla”.
Diciendo aquello se despidió con un guiño y un gesto. Su amplia envergadura de gladiador romano desapareció en la primera curva del parque y yo me quedé un poco con la sensación de haber soñado.
Aún no he vuelto a coincidir con él aunque sé, pese a correr el riesgo de que me tomen por loco, que el árbol sabe perfectamente cuando estamos cada uno de nosotros acompañándolo.



J.A. Pellisso. Basilea, Junio2011

miércoles, 1 de junio de 2011

Palacio de Lebrija

Ayer estuve haciendo una visita por lugares de Sevilla Centro, una de ellas fué al Palacio de lebrija y mirad con lo que me encontré en una de las salas, lo malo es que no me dejaron tocar ningun libro :(

domingo, 22 de mayo de 2011

Diario de a bordo...Soltero y sin hijos


Viajo en este gusano con la barriga llena de gente, la cabeza apoyada en el cristal de la ventana observando el paisaje. Me salen al paso los bosques a borbotones, con los árboles apretados, como brócolis frescos en las cajas de un supermercado.
Salí hace un rato de Friedhofweg dirección Basel. Hace un luminoso día de primavera, me recuerda a cualquier mañana andaluza de Mayo. Alrededor veo piernas encendidas por el sol, brillantes donde el hueso aprieta, los escotes tostados llenos de pecas, sombreros coquetos y gafas oscuras con la marca bien grande, no sea que no nos demos cuenta.
Frente a mí, un chico africano conversa con la musiquilla típica del dialecto alemán de Basilea con una chica asiática, ella sonríe divertida y asiente con la cabeza sin despegar sus ojos del libro abierto sobre sus piernas. Yo también llevo el mío en mi mochila, escudo protector cuando se come o viaja solo.
“Un de día”, “un de noche” dice una y otra vez un niño repelente que no puedo ver. Por suerte no hay muchos túneles. El niño grita y nos sobresalta, se ríe. La madre le increpa, no entiendo lo que dice, pero por el tono parece que está muy enfadada, el niño canturrea imitando la voz de la madre. Silencio.
“Un de día” “un de noche”. La chica asiática levanta los ojos de su libro, me mira y resopla. No hay nada como la complicidad de un extraño en situaciones adversas.
Niños mal educados hay en todo el mundo. Recuerdo una vez que un niño de cuatro o cinco años nos salpicó agua a una amiga y a mí mientras torpemente entrábamos en el mar, mi buena amiga le dijo con tacto para no traumatizarlo:” por favor, al entrar en el agua no hay que salpicar”. El niño la mandó directamente a la mierda con todas las letras y con tal desdén que jamás olvidaré aquel gesto de adulto malcarado, ni la cara de sorpresa de mi compañera.
Sigo mi trayecto en el tren con la imaginación puesta en mi tierra, algo que siempre me reconforta, pese a que el pequeño monstruo vuelve a canturrear por molestar, entre mis muchos pensamientos me asaltan imágenes concretas: la sosegada belleza de las embarazadas, con la mano descuidada apoyada sobre su barriga, o la ternura de esa madre que con los ojos cerrados besa la frente de su desconsolado hijo cuando ha tenido una caída fortuita, herido solo por el susto, o también el suspiro de una madre, cuando escucha de madrugada abrirse la puerta de la calle y es el hijo que vuelve, entonces ya puede dormir tranquila… ese cariño puro e incondicional quizás me lleve a pensar que si, que es verdad, que quizás ser padre tenga su propio sistema de compensación, que parece que les compensa, vaya si les compensa.
De todos modos tengo que confesar que nunca he tenido eso que se suele llamar “instinto paternal”. Aunque para mí lo más importante en este mundo sean mis cuatro sobrinos por delante de mi pareja, mi casa o mi colección de CD´s de Barbra Streisand.

J.A. Pellisso